Se trata de un asunto complejo: Tiene muchos flecos, y quien diga tenerlo claro, posiblemente se ha centrado en unos pocos aspectos y ha retorcido a conveniencia todos los demás: Está bien claro que los acantilados
rocosos; debido a la amplia gama de situaciones ambientales localizadas que generan; funcionan como refugio para numerosas especies vegetales y animales que no tienen encaje en llanuras próximas ni en lomas y laderas de relieve más uniforme.
Hay herbívoros medianos que se manejan a la perfección en esos entornos. Entre ellos destacan los monos, los caprinos y algunas especies de antílopes. Hay un número óptimo de herbívoros rupícolas para cada ecosistema,
y es aquel que lleve a cabo un cierto recorte de la vegetación; limitando así la tensión competitiva entre especies y previniendo posibles procesos de exclusión. A la vez ha de nitrificar el terreno de forma moderada y localizada
para dar encaje a algunas comunidades nitrófilas, redistribuir semillas y ejercer alguna que otra función de importancia más secundaria. Y desde luego deben mantenerse bajo límites que aseguren una explotación limitada y
desigualmente repartida, para no convertirse ellos mismos en factor de exclusión... El proceso evolutivo ha diseñado el complemento ideal para los monos de montaña y los rumiantes trepadores: El leopardo, extendido antaño por casi
todo el viejo continente, el irbis o pantera de las nieves, de las montañas asiáticas, y el puma, que no es una pantera sino un gato gigante, de América, donde además ha sobrevivido un eslabón arcaico de esa misma cadena
evolutiva: El jaguar... Este mismo esquema se repite a pequeña escala con los conejos, con una amplia gama de roedores como marmotas, ardillas de tierra, ratas, gundis y similares, y con los damanes. Para aliviar y redistribuir la presión de
todos ellos, además de multitud de felinos a escala hay también otros carnívoros, las rapaces grandes y las serpientes. Cuando no están presentes algunos de estos factores de control, o incluso todos ellos, y no sea conveniente
reintroducirlos; bien por que sean ajenos al ecosistema en cuestión y puedan crear problemas aún mayores, o porque colisionen gravemente con intereses humanos; somos nosotros quienes debemos asumir la función... No es tarea fácil,
no procede afrontarla a la ligera y nunca seremos tan eficientes como los controles naturales, pero es más que nada...
Y por último hablar de modalidades de gestión de ecosistemas naturales.
Lo óptimo es que las actuaciones de regulación que haya que acometer generen beneficios, y que así los proyectos ambientales puedan automantenerse. Sólo en casos muy concretos; como por ejemplo en islas oceánicas muy desconectadas
donde haya aves no voladoras y se haya dado suelta a ratas y gatos; conviene plantear las cosas en términos de exterminio puro y duro. En otros supuestos es mejor hablar de número óptimo, y mantenerlo implica extraer cosecha periódica...
Me parece una solemne tontada dejar la carne resultante tirada por riscos y barrancos, así como esgrimir como argumento que no es comestible por ni se sabe qué historietas de controles sanitarios... Y bueno, la burocracia metiendo pasta de todos
en movidas a su capricho, poniendo condiciones y, con frecuencia, metiendo la pata hasta el cogote, ya cansa...
J.Ramon Rosell
(ver en sección Biodiversidad
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