Los ecologistas de los 70 andábamos requemados con el ICONA, aquel, que se dedicaba a arrancar robledales, alcornocales y encinares para plantar pinos y eucaliptos. Y montaba pinadas jilipollescas en laderas soleadas del semiárido, después
de arrasar los matorrales que hubiera anteriormente. Nos opusimos, hicimos campaña y, en el fragor de la lucha, nos jartamos de exagerar y de decir chorradas. Varias décadas después aquel karma nos persigue y nos sale hasta en la sopa:
Hace poco me tocó explicarle a alguien que Pinus halepensis es especie autóctona de la Península Ibérica (manda güevos) y que en todo ecosistema forestal de semiárido y seco que se haya formado en condiciones naturales,
habrá un estrato alto y abierto de carrascos... Ahora parece que aflora la historieta, acuñada en aquel entonces, de que las agujas de los pinos estropean el suelo, cuando en realidad valen (comprobado) hasta para criar patatas. Toca sacar conclusiones:
No todo vale y en todo caso hay que argumentar con objetividad, rigor y buen criterio. El método científico debería aplicarse con tal rigor que pudiera ser desmontado sin reparos cualquier tópico al uso, "verdad absoluta" o mantra
de gurú. Y bueno, queda claro que cuando no se dispone de un modelo teórico fiable respecto de algún tema, la tarea prioritaria es adquirirlo, por que ponerse al tajo sin tal es metedura de pata asegurada...
J.Ramón Rosell