Teoría y práctica

La restauración de ecosistemas productivos tiene como premisa que un ecosistema agrario es, por definición, un ecosistema degradado y que su productividad es, en términos energéticos, muy limitada. No es un enunciado fácil de asumir, pero su fundamento científico es pleno e inequívoco: Los suelos de labranza suelen estar empobrecidos, con frecuencia desertificados y en el mejor de los casos profundamente desestabilizados. La vegetación suele estar reducida a la mínima expresión, en la creencia absurda de que las plantas al crecer "empobrecen la tierra" y la fauna se encuentra desestructurada y con multitud de piezas perdidas, incluyendo aquellas que articulan los mecanismos de regulación. En estas condiciones la productividad real del terreno se encuentra bajo mínimos: Escasez y desequilibrio de nutrientes, merma sustancial de fotosíntesis y por lo tanto de producción bruta, y desregulación de poblaciones animales; es decir, descontrol de plagas. Quedan rotos además diversos bucles ambientales y de configuración que mejoran la productividad y la estabilidad del ecosistema: Aquellos mecanismos de vegetación y suelo que aseguran la captación, control y reciclado del agua y los nutrientes, y en ecosistemas extensos aquellos otros destinados a minimizar el impacto de los incendios, dificultando el avance de las llamas. Con todo ello el ecosistema agrario para mantener niveles aceptables de producción, necesita apoyos externos que sustituyan las funciones perdidas. En la agricultura moderna, desde hace unas seis décadas, estos apoyos externos los suministra la industria: Abonos, pesticidas, maquinaria, combustibles... Y en última instancia todo ello es producido movilizando energía que en proporción aplastante procede del petróleo. Al agotarse las reservas más accesibles y baratas de éste último, un futuro inevitable de costes y precios al alza y decrecimiento generalizado de la potencia neta, va a poner en cuestión la seguridad alimentaria que ha sido alcanzada y que erróneamente mucha gente considera definitiva e irreversible.

Para hacer frente a todo esto, el diseño ecosistémico; eje fundamental de las técnicas de permacultura y rewilding; propone la restauración dirigida y acelerada de ecosistemas, y cuenta con varias modalidades estratégicas para ponerla en práctica que han de adaptarse a cada caso: Para ecosistemas productivos de alta intensividad y extensión reducida, se construyen suelos orgánicos artificiales a imitación de los naturales colocando capas de materia orgánica sobre el terreno empobrecido; que en lo sucesivo ya no se removerá más; y a las que se irán añadiendo de forma espontánea o trabajada aportaciones procedentes de los propios cultivos. Estos se organizan a imitación de la vegetación natural, configurando comunidades complejas en las que cuentan la distribución en superficie, la estratificación en altura, la sucesión en el tiempo y las interacciones de competencia y apoyo mutuo entre las especies utilizadas, con el objetivo de optimizar el rendimiento del espacio, el riego, el trabajo y otros recursos. Por lo que respecta a la fauna se trata de acelerar el regreso de aquellas especies animales responsables de los bucles de regulación más importantes: Depredadores y detritófagos principalmente. En general esto se consigue adecuando el lugar a las necesidades propias de cada especie; procurando refugios, por ejemplo; aunque también suele ser necesario reintroducir de forma activa algunas de ellas.

Para una gestión más extensiva y para grandes superficies, atendiendo a criterios de rentabilidad, se interviene mucho menos, dejando una mayor proporción de los trabajos necesarios en manos de los mecanismos naturales del ecosistema. Sin embargo en muchos casos conviene realizar una última labrada mediante la que reacondicionar relieves y sembrar monte bajo productivo; con herbáceas anuales, matas desecables y herbáceas perennes; que además de sus producciones específicas aportarán materia prima para la restauración del suelo orgánico. En casos de suelos muy degradados, puede ser conveniente acompañar esta última labrada con una fertilización masiva, para la que no es descartable utilizar abono inorgánico si conviene al caso: Esta primera fertilización es a la vez última y definitiva, ya que tanto los mecanismos naturales del ecosistema como las actuaciones de gestión procurarán minimizar pérdidas de nutrientes y fomentar su acumulación... La introducción de arbolado y grandes arbustos ha de ser escalonada en el tiempo de forma que la vegetación resistente prepare el terreno, cerrando bucles de mejora ambiental, a las especies más delicadas. Tanto la siembra de monte bajo como la plantación de leñosas grandes y medianas requieren estudios minuciosos y exhaustivos, encaminados a conocer en detalle las condiciones ambientales de partida, a prever su evolución y a configurar comunidades de vegetación productiva en correspodencia... La restauración de la fauna suele suceder de forma espontánea tanto para los bucles de regulación más básicos como para las especies de caza menor y para algunas de caza mayor ya presentes en el entorno. Otras habrán de ser introducidas artificialmente, como suele ser el caso de ciertas especies amenazadas, los herbívoros ausentes y los depredadores que convengan al propósito de cada proyecto. Hay que añadir que en diseño ecosistémico no se hace distinción metafísica entre animales domésticos y silvestres, lo que entra en colisión con ciertas normativas legales que habrán de ser cuestionadas en algún momento.

Una vez montados los ecosistemas correspondientes hay que gestionar su producción y desarrollo. Esto se lleva a cabo considerando el ecosistema como una maquinaria compleja, y desde un modelo teórico exhaustivo y abierto de su estructura, funcionamiento y sucesión previsible. Habría de tenerse en cuenta, entre otros factores, ritmos de producción y reposición de recursos, coyunturas actuales y previsibles de mercado, previsiones meteorológicas y climatológicas, así como opciones imprevistas abiertas por la propia dinámica del ecosistema. También es fundamental considerar los efectos ecosistémicos de cada extracción concreta de productos, para que todas ellas sean a la vez "acciones de gobierno" sobre los procesos y mecanismos implicados.

Salvando las evidentes diferencias, se puede decir que la forma óptima de llevar un huerto de permacultura o una sabana mediterránea de rewilding, más que a los usos habituales de la producción agroganadera, se parecería a lo que se hace en un caladero de pesca bien gestionado.

Comentarios

28.10 | 23:39

Me ha encantado , ya hablaremos cuando tengas tiempo

06.09 | 00:08

matrix agroganadero, jajaja, toda la razóm. La natura siempre se organizó a si misma para todo lo que cayera al suelo se aprovechara.

01.08 | 10:49

Hola Carmen soy Antonia, quisiera me metas en el grupo de whatsapp con el 699769996 el frances lo he dado de baja.
Muchad Gracias.

12.10 | 07:31

Increíblemente interesante, voy a estudiarlo en detalle. Gracias.