"Hacia principios de los setenta ya sabíamos que esto iba a ocurrir: Teníamos claro lo del efecto invernadero, el incremento de carbono en la atmósfera implicado por la segunda revolución industrial y el endiablado efecto de retroalimentación que podía tener sobre las reservas de carbono en estado sólido más inestables. Ignorábamos, eso sí, lo de los clatratos de metano en el mar... Dimos la lata lo que no está escrito y, apoyadxs por una evidencia cada vez menos cuestionable, vimos como los gobiernos empezaban a tomar conciencia del problema, a la vez que daban vueltas y revueltas para evitarase el tener que coger el toro por los cuernos... Ahí seguimos, con la agravante de que, de un tiempo a esta parte, una impresentable partida de suicidas antiplanetarios está intentando poner de moda el negacionismo, a fuerza de invocar a la estupidez más caprichosa e irresponsable... El calentamiento global mata ecosistemas y empuja a grandes masas de población a moverse, a entrar en conflicto y a matarse entre ellas. Un día de éstos habría que plantearse los límites de la libertad de expresión al respecto. Como en su día hubo que hacer, por ejemplo, con la apología del terrorismo..."
J.Ramón Rosell