Me dicen que durante los cuatro próximos años, en Cartagena de España, no vamos a tener ocasión para aburrirnos... Es por la situación política generada tras la última
cita electoral y estoy de acuerdo, pero parece que va a haber mucho más: Las estructuras industriales pierden potencia, acumulan síntomas de repliegue y, en ciertos casos, también de desmoronamiento. El ilusionismo termodinámico
del fracking se desvanece por momentos y el sistema financiero tiembla ante la posibilidad de que todo esto desestabilice los débiles encajes que aún permiten a los estados, aunque no a todos, entramparse más y más para sostener
los servicios públicos. Al mismo tiempo emergen y convergen con cada vez mayor visibilidad funciones y estructuras a las que ya se puede calificar sin muchos matices como postindustriales, y empiezan a conquistar cuotas de mercado y de poder político,
que hace sólo cinco años resultaban inimaginables... Aquellos expertos de los que más me fío; que son los que en lugar de focalizarlo todo en el dinero, se fijan más en los flujos de materiales, energía e información;
están diciendo que tenemos el punto de inflexión a la vuelta de la esquina.
A una ciudad como Cartagena, que ha crecido entorno a sectores industriales estratégicos como el petróleo y la construcción naval, se
le plantea una disyuntiva de primera importancia: Podemos considerarnos capitanes del barco que se hunde, y hacer lo imposible por mantenerlo a flote cuanto más tiempo mejor para, finalmente, tener que saltar al agua con una mano detrás y otra
delante. Así nadaríamos de nuevas en un mar ya claramente postindustrial, en el que nuestros vecinos del Sureste Ibérico habrían ido aprendiendo, por sí mismos y a la fuerza, a moverse con cierta soltura. Contrariamente,
podríamos hacer inventario de recursos, tomar conciencia de nuestra privilegiada posición tecnológica y obrar en consecuencia, liderando el proceso de transición hacia la economía postindustrial que inevitablemente toca,
con lo que a la vez nos ahorraríamos problemas y facilitaríamos las cosas a otras poblaciones del Sureste Ibérico, del resto de España y de nuestra área natural de influencia en el Mediterráneo Occidental.
J. Ramón Rosell